San Miguel es el epítome de un pueblo mágico mexicano, es precioso, bullicioso, delicioso, encantador. Puedes encontrar cualquier cantidad de opciones para comprar, beber y comer, desde las delicias de los más elegantes y a menudo sobrevalorados cafés, bistros y fondas, hasta los más sencillos chicharrones con cueritos, esquites y cacahuetes garapiñados que venden en la calle.
El restaurante Pegaso puede cumplir cualquier expectativa, es bonito, agradable, céntrico, acogedor y rico. Su comida es sin duda ecléctica, tal vez demasiado ecléctica, el menú recorre el mundo para satisfacer las necesidades elementales de su clientela cosmopolita. Esto implica más variedad y sí, hay que admitirlo, menos calidad. Sin embargo lo anterior aplica solamente a su propuesta de platillos principales; Pegaso sobresale en una cosa y sobresale con grandísimo mérito: sus postres son deliciosos!!!
Hay un letrero en su pared que aclama la fama de sus postes y es verdad, jamás he probado un mejor Crème Brûlée, simplemente imperdible.
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