Lo primero: íbamos mi tía y yo y nos dieron una habitación con una cama matrimonial, la que tuvimos que compartir porque no hubo caso que nos cambiaran. Gracias a Dios nos tocó una habitación cercana, de fácil acceso, lo triste fue que al entrar al baño nos encontramos con toallas en el piso y con una gotera que venía desde el techo donde había un agujero cuadrado bastante grande. Le avisamos al recepcionista y nos miró como si fuera normal, cuando volvimos de caminar, solo habían secado el piso del baño, habían puesto un papelero para la gotera y nada más.
Como solo pasamos 2 noches y nos había costado mucho encontrarlo (ya que el nombre está bien oculto) no quisimos seguir reclamando.
Lo segundo: la atención en recepción fue pésima de parte del empleado que nos recibió (un hombre calvo y alto, de entre 30 y 45 años), los otros recepcionistas que vimos fueron más amables, pero no de mucha ayuda. Frente a algunas consultas nos miraron despectivamente y no contestaban de buena manera. Solo uno de los empleados de la recepción se salva, un hombre cuarentón canoso y con un poco de barba.
El lugar para almacenar las maletas es debajo de una escalera, y no se fijan en quién toma o deja el equipaje, lo que no lo encuentro seguro.
La ubicación es el punto fuerte de este hotel, está a una cuadra de la plaza San Marcos, sin embargo eso mismo debería hacer que el hotel fuera mejor.
Nos topamos con un turista asiático que estaba presentando una lista de observaciones, por lo tanto no es solo mi opinión.
En nuestra habitación (101) se escucha todo el ruido de la calle. No llega la señal del wifi a la habitación.
Ah! la ducha es un rectángulo angosto, donde la cortina de baño se pega al cuerpo y hace imposible darse una ducha normal. El agua se sale y deja salpicado gran parte del piso del baño.
El desayuno estaba bien, la atención de la mujer a cargo es destacable, muy diligente y amable.
Por último, ambos días de nuestra estadía, nos despertó la música de una radio que sonaba en el pasillo y ruido de construcción.