Esa sensación de retroceder en el tiempo es la que tuvimos cuando llegamos al hotel. Cierras los ojos y puedes imaginarte allí a mediados del siglo pasado en todo su esplendor, pero empecemos por el principio.
Teníamos muy claro que nos alojaríamos dentro del parque para así poder aprovechar mejor el tiempo y al ver este hotel no lo dudamos: sería aquí.
Cuando lo ves, a los pies del Half Dome, te enamora. Su fachada de piedra y madera se integra perfectamente en el entorno. Nosotros llegamos en coche y el pasillo exterior de madera que lleva a recepción nos indicaba como sería el resto. Y no nos defraudó. La atención desde el primer momento fue perfecta.
El hotel tiene un calendario de actividades y de salidas de una hora de duración más o menos que se pueden realizar sin cargo adicional. Cuenta con unas zonas comunes increíbles, señoriales, elegantes, amplísimas y al mismo tiempo acogedoras. Salones donde se pueden ver retazos de su historia, antiguas raquetas de nieve, fotografías de la época, grandes chimeneas, lámparas enormes que cuelgan de sus altísimos techos, impresionantes tapices ...Un mobiliario cuidado hasta el último detalle. Cenamos fenomenal en la terraza del bar del hotel y después nos acercamos a ver los pequeños ciervos que campan a sus anchas por los alrededores. Respecto a la habitación, amplia y confortable y las vistas que teníamos a las inmensas paredes granito impresionantes.
En resumen, sí es caro, pero lo vale. Por el entorno en el que se encuentra, por sus instalaciones y por el trato recibido. Si no os alojáis en él y tenéis la oportunidad de visitarlo, no lo dudéis, merece la pena.